Desde
niño siempre mostré interés en diferentes disciplinas, digamos que me gustaba
clavarme y aficionarme a las cosas. Primero fueron los viajes en el tiempo,
luego los dinosaurios, los ovnis, la magia y la brujería y así hasta que un día
di con un tema que fue de mi particular interés, aunque por lo peligroso que me
resultó y sigue resultando para mi persona y las de mis seres queridos, he
decidido retirarme totalmente de él. Hablo de la alquimia.
La
alquimia, si la describimos de una manera bonita y poco oscura, puede ser
llamada la frontera entre la magia y la ciencia. Cuando era niño ya me había
interesado un poco en ambos temas, pero nunca logré tener un verdadero
entendimiento con ellos. Con la alquimia fue diferente, aunque también debo
agregar, no fue por azares del destino. No. Hay encuentros que están destinados
a pasar, como el de Harry y Sally, Eva y la serpiente, Batman y Joker, o el del
Hombre de la Barba conmigo.
De
niño solía acompañar a mi madre al tianguis, más para ver qué encontraba en los
pasillos de interesante que para ayudarla. Uno de esos días, decidí desviarme
un poco del camino general del mercado y entré en una calle que jamás había
notado antes. En el suelo de la calle había un puesto algo diferente a los
demás. Consistía solamente en una tela en la que había colocados diferentes
objetos. Un par de botellas con algo que no estoy seguro qué era, quizá tripas
o gusanos, no sabía diferenciar en ese momento; también había candelabros, pipas, posters viejos, cacharros despintados,
muñecos usados y una máscara. Pero de
entre todo, lo que más llamó mi atención fue un libro, o cuaderno, no sé cómo
deba llamarlo, de portada color vino y de hojas arrugadas y amarillentas.
Al
acercarme, el Hombre de la Barba me miró mientras observaba el libro.
- - ¿Te gusta la alquimia?
- - ¿Qué es eso? – Pregunté
confundido. Al fin al cabo era solo un niño de 9 años.
- - Ah, es aquello que fue olvidado
hace mucho tiempo – Dijo mientras se tocaba la barba negra, como la noche- ¿Sabes?
No cualquiera nota ese libro. Dicen que solo llama a la gente que es capaz de
leerlo. ¿Por qué no te lo llevas?
- - Pero no tengo dinero
- - Jamás dije que me tenías que pagar
por él. Ten, tómalo, la próxima vez que vengas puedes pagarme por él, lo que
puedas, aunque sea de poco en poco.
Mi
madre siempre me dijo que no aceptara cosas de extraños, pero por alguna razón,
en esta ocasión el Hombre de la Barba no me parecía un extraño cualquiera. Sus
ojos me eran demasiado familiares, como si alguna vez hubiera soñado con ellos.
Tomé el libro, lo hojeé un poco, pensándolo. De repente escuché el grito lejano
de que me estaban buscando y salí de la ensoñación en la que estaba. Volví a
mirar los ojos del hombre y asentí para luego echar a correr.
Al
llegar al punto de encuentro con mi mamá, recibí el sermón de costumbre sobre
que no debía hablar con gente extraña y que no debía alejarme demasiado, por
aquello de la delincuencia. Sin embargo, durante todo lo que duró el regaño, mi
madre jamás notó el libro bajo mi brazo.
Por
las noches me levantaba de mi cama a leer con una linterna y con la puerta
cerrada. No quería que se dieran cuenta que había recibido algo de un señor que
parecía peligroso a los ojos de mis padres y que además le había quedado a
deber dinero; suficiente teníamos ya con las deudas de las tarjetas de crédito
de mi papá como para andar lidiando con pagos semanales del tianguis. Lo que
más adelante hizo interesantes las cosas, fue que nadie notaba el libro entre
mis pertenencias, era como si estuviera oculto a la vista de los demás.
Cada
página del Libro me mostraba cosas que en un inicio no lograba comprender. Me
hice aficionado a la lectura nocturna y a las largas desveladas. Cada diagrama,
cada dibujo y cada pasaje, a través de los años se fueron haciendo más
familiares. En voz de algún individuo de otro tiempo, pude conocer los pasillos
de ciudades que habían dejado de existir hace mucho y los rostros de gente que
había dado su vida para continuar la investigación plasmada en este… cuaderno
de apuntes, si así se le puede llamar. Al principio no lo había notado por las
prisas, pero estaba casi en su totalidad escrito a mano, con tachones y
correcciones. Poco a poco, fui animándome a realizar los experimentos que en el
cuaderno leía; comencé a contribuir a las correcciones, rayones y diagramas. Experimentaba
con cambios simples, reconfigurar la estructura de alguna piedra, el color de
un pedazo de tela; seguro que si alguien
de mi edad se hubiera dado cuenta de las pequeñas cosas que llevaba a cabo en
mi habitación por las noches, se hubiera asustado. Comencé a salir en las
madrugadas para conseguir las cosas que me hacían falta y que pudieran levantar
sospechas que hacía algo fuera de lo normal.
Con
el tiempo, dejé de ser niño y me convertí en adolescente. Mi interés por el
mundo que no tuviera algo que ver con mi libro dejó de existir; solo veía a mis
amigos por las tardes para aparentar, pero lo que en realidad siempre esperaba
con ansias era el momento en que pudiera cerrar la puerta de mi habitación.
Cada noche lograba cosas más complejas y triunfaba en metas más difíciles.
Llegó una madrugada en la que me propuse lo prohibido por el libro: Conocer un
ángel.
Para
entender cómo funciona la alquimia hay que saber que el mundo se rige por
ciertas reglas que no se deben romper. La primera y más importante Ley de la
Alquimia es la Ley de los Estados Equivalentes. Si quieres obtener algo, debes
pagar con algo del mismo valor. Si lo traducimos a la vida cotidiana lo podemos
ver en el trueque, en la compra-venta, en el esfuerzo-recompensa, entre algunas
otras situaciones. Siempre me pregunté cuál habrá sido el precio que pagué por
el libro, pues cada semana volví a ir a tianguis, pero jamás volví a ver al
Hombre de la Barba. Pregunté por él a otras personas pero siempre me tiraron de
loco; una persona con esa descripción jamás había trabajado en ese mercado.
¿Cuál
sería el precio de conocer un ángel? Hice los preparativos necesarios, tracé
los diagramas de viaje conforme a las fórmulas del libro, ubiqué el día del
ritual en el calendario e hice los sacrificios que debía. Sin darme cuenta, a
lo largo de estos años, había logrado conjuntar la alquimia con otros
conocimientos provenientes de otras fuentes. Cuando hice la invocación, comencé
a oír las voces de seres perdidos hacía mucho tiempo, si no fuera por los
círculos de protección alrededor, seguramente se habrían llevado algo más
aparte de lo pactado con la Figura que apareció frente a mí.
- - ¿Quién eres? – pregunté, con la
visión perdida entre el caos de afuera del círculo.
- - ¿Qué deseas? – Contestó una voz
abrumadora. No era masculina ni femenina.
- - ¿Eres un ángel?
- - No, pero si eso es lo que quieres
hacer, lo puedo conceder por el precio indicado.
- - Adelante, estoy dispuesto. – Dije
sin dudar. La verdad es que ahora que lo pienso, no sé en qué momento vino mi
obsesión por conocer un ángel. Era tal, que al tener una presencia de ese tipo,
pude contestar sin miedo.
- - Muy bien.
Un
dolor horrible, el mayor que había sentido en toda mi vida, se concentró en mi
abdomen y sentí cómo algo dejó de estar en su lugar. Caí de rodillas y el
círculo se rompió. Una multitud de manos, o más bien garras, trataron de
tomarme, alcanzaron a rozar mis codos y mis brazos, aunque a esas alturas los
rasguños eran el menor de mis dolores.
Al
despertar estaba en mi cama, como si hubiera despertado de una pesadilla. Me
levanté y busqué mi libro color vino, quería saber qué había pasado. Lo
encontré en el cajón de siempre, pero al abrirlo, me llevé una gran sorpresa.
Las
páginas estaban amarillentas y vacías, todas, salvo por un par, a la mitad exactamente. En
ellas estaba escrito con lo que parecía ser mi propia letra:
“El precio que has pagado ha sido el justo. Cuando llegue tu ángel sabrás quién
es, pues sentirás algo donde ya no sientes más, pero ten cuidado, porque en
algún momento puedes dejar de ser aquel que jurabas ser”
El
dolor de mi abdomen volvió y levanté mis ropas. Ahora había una gran cicatriz
en ese lugar, además de que dejé de sentir en el abdomen. Al igual que el
libro, mi marca jamás ha sido notada por los demás, como si no existiera.
A
partir de ese día dejé los experimentos detrás de la puerta de mi habitación y
viví la vida de una persona normal, esperando encontrar a mi ángel, hasta que
un día, sin darme cuenta, estaba ahí parado a un lado mío. Lo supe porque volví
a sentir algo en el abdomen, como mariposas. Una noche, una de ellas se escapó
de mi abdomen mientras tomábamos café.
Cada
vez que camino por las calles con mi ángel me miro en los reflejos para saber si
sigo siendo la misma persona, para saber si no me he transformado en algo más. Aunque
si de algo estoy seguro es que sigo siendo ese niño que cada noche quería
platicar con un ángel. Un niño que está dispuesto a pagar el precio para poder
seguirlo haciendo.
Para Mónica.
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